Por bien que pueda sonar el inicio de esta historia fue un momento agridulce. Una Miriam de 25 años era la responsable del departamento de diseño de una empresa Internacional. Viajaba muy a menudo a los Angeles, Holanda, Francia, Marruecos, India, México, Bangladesh… y esta vez mi jefe me había pedido que fuera a Nueva York. Iba a asistir a una feria de moda y el plan parecía perfecto.
El sueño de mi vida había sido pisar esa ciudad de la que estaba totalmente enamorada a través de las películas y series que había visto mil veces como Sex in the City.
Al subirme al avión me di cuenta de que lo que parecía un sueño hecho realidad no me hacía feliz, es más, me hacía llorar. ¿Cómo podía tener ganas de llorar si iba a conocer la ciudad de mis sueños y visitar una feria de moda internacional? La respuesta me abrió los ojos, eso no era lo que yo quería en mi vida. Eso ya no me hacía feliz.
Pasé esa semana en Nueva York conociendo a gente, haciendo contactos en la feria y escapando a conocer rincones de la ciudad siempre que tenía un hueco. Lloré muchas veces en ese viaje, me sentí muy sola y fuera de lugar. Uno de esos días compré la revista VOGUE USA (la edición de septiembre, mi favorita) y me senté a leerla delante de la New York Public Library.