Pasé esa semana en Nueva York conociendo a gente, haciendo contactos en la feria y escapando a conocer rincones de la ciudad siempre que tenía un hueco. Lloré muchas veces en ese viaje, me sentí muy sola y fuera de lugar. Uno de esos días compré la revista VOGUE USA (la edición de septiembre, mi favorita) y me senté a leerla delante de la New York Public Library. No sé si fue el estilo de la ciudad, la frescura de la revista o la idealización que hice de ello pero en ese preciso instante dije: “Hasta aquí he llegado, voy a trazar un plan para ser feliz”. Y así empezó todo, esa misma noche me fui a SMITH, uno de mis restaurantes favoritos de la ciudad, y me puse a pensar en cómo quería que fuera mi estudio de diseño. Quería ayudar a gente a formar sus sueños, trabajar con marcas que compartieran mis valores y ayudar-les a crecer y brillar.
Desde ese momento Nueva York se convirtió en una ciudad muy importante para mí. Siempre había sido mi sueño y la había idealizado pero en el fondo fue el lugar que me hizo abrir los ojos. Me hizo ver que por mucho que me pareciera que yo quería eso en la vida, no era realmente lo que quería sino que yo misma había idealizado mis sueños y había creado sueños en mi mente que no eran los que de verdad me hacían feliz.
Desde entonces, siempre que visito NY siento un cambio, una evolución en mí. Es una ciudad que me invita a reflexionar, revivir mi experiencia y pararme a pensar ¿Ahora si que soy feliz? En uno de mis viajes a NY mi marido me pidió matrimonio, volvimos a visitar la ciudad en una de las paradas de nuestra luna de miel y la última vez que fui estuve 3 meses viviendo allí. Es la ciudad del mundo que más me recarga las pilas y me inspira.