¿Por qué vivimos en Nueva York?
Ya llevamos dos meses viviendo en Nueva York.
Desde que Rafa, mi marido, y yo conocimos el término nómadas digitales nos sentimos entusiasmados con la posibilidad de poder trabajar desde cualquier lugar del mundo mientras viajábamos, una de nuestras grandes pasiones!
Planeamos que ese sería nuestro futuro pero un futuro lejano… antes de ello había que conseguir dejar nuestros trabajos de 8h/día en nuestras respectivas empresas y conseguir generar un negocio que se pudiera gestionar online y que además diera beneficios, ahí es nada
Pero, ¿qué hizo que quisiéramos irnos tiempo fuera, lejos de los nuestros y de nuestra vida en Barcelona? Es cierto que el placer de viajar y descubrir cosas nuevas es uno de los motivos de este viaje. Además hacerlo en una de mis ciudades favoritas del mundo es todavía más apasionante (esta es mi 3a vez en Nueva York y no creo que me canse nunca de volver), pero había algo más.
Nuestra vida en Barcelona nos gusta mucho. Nuestra ciudad, Mataró, es preciosa. Vivimos muy cerca de la playa y de nuestras familias, lo cual me encanta. Nuestro trabajo nos apasiona, nuestros amigos son lo mejor que podríamos desear y nuestro perrito Leo es el rey de la casa. Pero si te soy sincera, algo no estaba funcionando como debería, sentía que todo me pasaba por delante y que tenía que ir corriendo a todos lados para alcanzar a cumplir mi infinita lista de to do‘s para ese día. Cuando a las 22h de la noche llegaba a casa y me ponía a cenar lo hacía con la sensación de haber terminado las tareas del día sacando la lengua y con agobio de pensar en la interminable lista de tareas pendientes que ya tenía para el día siguiente.
Lo peor de todo era la sensación añadida de que además no estaba haciendo las cosas bien. Todo tenía que ser rápido, veía a mi familia y a mis amigos «rápido» porqué después tenía que trabajar y terminaba sintiéndome culpable por no pasar suficiente tiempo con ellos de un modo más relajado. Salía a andar a la playa para desconectar y reconectar conmigo pero al final terminaba corriendo porqué se me acumulaban las tareas que tenía que hacer después y ya estaba preocupada por no llegar a tiempo. Paseaba al perro mientras contestaba emails o mientras hacía un curso online de los muchos que compré y que nunca tuve tiempo de hacer.
He oído hablar mucho del slow life, he leído mucho sobre este tema y lo intenté aplicar a mi vida pero me era imposible.
Yo no quería seguir más en ese bucle, los meses antes de viajar a Nueva York fueron una autentica locura. Necesitaba reencontrarme conmigo, dedicar tiempo a cada cosa que estuviera haciendo, reconectar conmigo y con lo que me apetece hacer en cada momento. Escucharme.
Durante mucho tiempo tuve la sensación de que mi vida me arrastraba. De que todo el mundo gestionaba mi propio tiempo menos yo. ¿Has sentido alguna vez esa sensación? Fue realmente terrible.
No creo que la culpa sea 100% del exterior o de la sociedad en la que vivimos, sino que una gran parte de la culpa de esa situación fue mía. Mi mirada de mi propia vida y mi forma de interpretarla. La presión que me ponía encima, la exigencia para llegar a todo porqué, a mi manera de verlo, debía de ser así y no veía alternativa.
También fue mi culpa el poder que dí a los demás, permitiendo que gestionaran mi tiempo sin ser capaz de decir NO y no sentir un enorme cargo de conciencia por ello. Lo que en ese momento no era capaz de ver es que no decir NO a tiempo sólo me perjudicaba a mí.
Con este viaje estoy consiguiendo disfrutar de los pequeños momentos, tomando tiempo para hacer cosas que me apetecen y además he vuelto a aburrirme. Algo tan sano como aburrirse y que he echado tanto de menos en los últimos meses. Tener tiempo vacío y saber que no hace falta llenarlo con nada.
De hecho te contaré que en uno de estos días de aburrimiento estábamos Rafa y yo un domingo en una cafetería en la que el fin de semana no hay Wifi (por cierto el espacio es precioso, por si queréis chafardear la cafetería se llama Devoción y está en 69 Grand St. (at Wythe), Brooklyn, NY 11249. En la imagen de la izquierda puedes verla.
Esa ilustración me trajo muchas cosas buenas: conecté con muchas mujeres con las que pude hablar y salieron conversaciones preciosas, además pude conocer a una de las chicas que aparece en la ilustración y a la que siempre había admirado (sino no estaría entre las 4) pero con la que nunca había tenido la oportunidad de hablar. ¡Fue un día muy especial para mí ver cómo recibíais eso! Eso que siempre había sido un hobbie al que dedicaba poco tiempo y que de repente, gracias al aburrimiento, pude compartir y sentir una gran conexión con vosotras.
Si una cosa he aprendido en este viaje (que ya ves que además de un viaje real lo ha sido también a nivel personal) es que no quiero seguir tachando notas de una lista de tareas pendientes para seguir mañana con una lista diferente. Quiero vivir y disfrutar de cada momento sin sentir la presión de todo lo que hay que hacer después.
Vivimos en una sociedad que nos lleva hacia ese estilo de vida pero es sólo nuestra responsabilidad cambiar-lo. Este tiempo de desconexión para reconectar ha sido uno de los mejores regalos que me podía haber hecho a mi misma.
Y tú, ¿te has sentido así alguna vez? Cuéntame tu experiencia en los comentarios. ¡Me encantará conocerla!
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